Contrarqueologías, FNA / by Aldo de Sousa

Casa de la cultura del Fondo Nacional de las Artes
31 de julio al 5 de septiembre de 2015

Desde el ciclo Filiaciones, dirigido por Andrés Labaké y Fernando Farina, directores de Artes Visuales del FNA, se convoca a un artista para que él mismo filie su obra con la de otros dos. Vínculo que establece de acuerdo a sus propios criterios.
Artista invitado: Leopoldo Estol, quien filia su obra con Pablo Rosales y Jane Brodie.

Como un tigre de papel en el sol o como un gato en una caja en el barro
Salgo a caminar casi todos los días, como ejercicio. Es el único momento en que enfrento la calle con lo puesto, sin ninguna carga encima. Además, caminar sostiene y acompaña más que cualquier otra disposición del cuerpo el ejercicio de la escritura. Caminar y escribir son quehaceres que van de la mano.
El parque Saavedra es casi circular y por debajo le corre un arroyo. Está circunvalado por la bicisenda Interparque, casi siempre desierta. Camino rodeándolo de mañana con el cielo turquesa y frío seco (¿qué más pedir?). Hace días que escucho Sea Change de Beck durante el recorrido. Los rayos del sol pegan perpendiculares a todo y las formas se deforman un poco. Entre árboles y sombras largas voy andando de cara a la luz con los ojos un poco entrecerrados, haciendo de vez en cuando alguna mueca ridícula como para ahuyentar algún reflejo repentino más intenso. En este estado de cosas y sin entrar en detalles podría ser cierto que estoy caminando en plena naturaleza, atravesando un territorio sin demarcar, lejos de Buenos Aires.
Like a paper tiger in the sun (como un tigre de papel en el sol), repite el estribillo de la canción. Casi en automático hago un movimiento de pinza fina con la mano, ese gesto exclusivamente humano que nos diferencia de otros primates. Imagino que entre el pulgar y el índice sostengo un fragmento pequeño de papel groseramente recortado a mano en el que veo dibujado un tigre, me doy el gusto de ver “representada” esa canción que escucho. Y elevo la mano hasta interceptar el dibujo con algún rayo de sol. Sigo andando con la mano en alto y lo voy contemplando, lo tengo a la distancia justa y la luz acompaña bien (no lo hice yo, no soy artista y no dibujo, soy espectadora lisa y llana). Los bordes desgarrados del soporte dejan pasar fluidamente la luz, en el centro el resplandor no llega a atravesar el papel pero hace inestable la línea del dibujo. Enseguida me viene a la cabeza algo que dijo Leo hace un tiempo: “El arte es lo que más se escapa”. Y sí –pensé- a veces es como un horizonte móvil, solamente un indicio, eventual como este acto mínimo de imaginación mientras camino. Un dibujo fabuloso allá arriba flotando en el cielo, señalado con el dedo en plena calle, tan frágil que no tendrá futuro como resto material del pasado. Un objeto contrarquológico: una promesa de felicidad.
Al arte a veces lo dibujan como un horizonte tardío en su última fase de existencia, llevándose a la rastra el carro mendigo de los hitos pasados, restos más o menos espectaculares, bicicletas y cajas de jabón en polvo, signos de cambios irreversibles… Sigo caminando por la bicisenda periférica, pensando en el círculo desdibujado del arte, y hasta me parece escuchar allá enfrente los comentarios de algunos vecinos indignados. Sospecha e infelicidad: “acá hay gato encerrado”.
Estoy feliz, el presente me ubica en una vecindad temporo-espacial-momentánea con tres artistas que admiro. Me cuesta adjetivar sin caer en palabras repetidas, pero bueno, lo primero que diría es que el tigre de papel en el sol que hubieran dibujado ellos sería bello, y llevaría infiltradas encima las dos partes del arte, lo eterno y lo contingente (como diría Monsieur Baudelaire), o la contemplación y la comunicación directa (como diría el Fantástico Greco), los opuestos que solo el arte es capaz de filiar.
Barrio Parque es medio circular, su estructura escapa de la cuadrícula, abundan las curvas y diagonales, es casi una isla adentro de la ciudad, silenciosa y autosuficiente. Caminando por sus calles me siento extranjera. La búsqueda Moderna de una relación matemática entre las medidas del hombre y la naturaleza (cuyo patrón era un ser humano con la mano levantada), fue parte de una utópica lista de bienintencionados bienestares. Pero la ciudad es despareja y hay espacios auto-excluidos y otros excluidos-a-la-fuerza, que se construyen sin el auxilio de especificidades matemáticas. Acá nomás, la Villa 31 está armada como una serie de cajitas superpuestas, módulos suspendidos que se repiten a color. High and low. Por la ciudad desigual los artistas van hilvanando sus pasos, desparramando indicios que vale la pena seguir, escrituras y marcas en la pared hechas con el cuerpo entero, cruzando la calle en la discontinuidad del terreno para aparecer en el espacio que les toca. Hoy tres artistas, en su andar, trasponen las paredes de una casa- módulo-blanco en la Buenos Aires de barro. Y aparece una filiación en común, como un hilo transparente que resiste. Acá adentro, antes de seguir camino, arman una tela de intercambios y resonancias, sin nudos fijos que inmovilicen entre sí a las cosas. Es más bien la empatía la que logra poner en proximidad bordes suavísimos que tienden naturalmente a atraerse. Es una filogenia a voluntad más allá de toda herencia autoritaria. La expansión insiste en armarse en horizontal, como el andar de la escritura en la caminata, desdibujando toda idea de territorialidad fija. La réplica al espacio cerrado toma la forma de un dispositivo afiliado al nomadismo, a la desterritorialización.
Una vista satelital muestra esta casa en el mapa como un espacio aún más reducido, parece una pequeña caja blanca. Acá hay un gato encerrado, como en el experimento imaginario de Schrödinger. Rarezas de la mecánica cuántica determinan que el animal puede estar vivo y muerto al mismo tiempo (una superposición imposible de estados), todo parece depender del punto de vista del espectador.
(Qué vivan artistas!)
Viviana Saavedra