La clase media va al Paraíso / by Aldo de Sousa

La clase media va al paraíso: título polémico, social, casi errático, elegido por Aisenberg para presentar un grupo de obras realizadas en el último año, que remite a la película del italiano Elio Petri La clase obrera va al Paraíso de 1971. Esta muestra reúne dos tiempos de su obra, la de comienzos de los ochenta (el retorno del exilio) y la actual. Ambas etapas comparten la distancia con la prolijidad del orden y la mirada, sin el borde que delimita la obra. El paraíso quizás es esa búsqueda.

La vida doméstica de la clase media está constituida por objetos utilizados como soporte para pintar, aquellos que marcan la cotidianidad y la repetición de los días: dormir, comer: sábanas, manteles y servilletas, algunos como huellas de un pasado esplendor al igual que los papeles de pared. Trapos usados y rasgados son tratados con la mayor de las devociones. Hay una meditación sobre el trabajo: las herramientas, los cables y unas figuras abstractas (conectores, para Aisenberg) que vienen del mundo de la ferretería familiar.

En los ochenta Aisenberg representaba madonas y retablos, quizás más como una apropiación de la historia del arte que reflexión sobre lo sagrado. Ahora es posible un mundo que anhela lo sagrado, donde vuelan colibríes entre las flores del Jardín del Edén del que fuimos expulsados por conversar con la serpiente. El dorado tan presente en su obra es el resplandor de lo venerable.

El Autorretrato de 1982 es ahora una selfie. Las manos o los ojos alcanzan para representar desde el fragmento la totalidad de sí misma. En el paraíso de Aisenberg hay pulpos (no sabemos si inspirados en Mi maestro el pulpo o en la fotografía erótica de Hokusai). Flores, colibríes y pulpos. Cielos y más cielos, infinitos, arcoiris, estrellas, resplandores atmosféricos, orígenes del universo. Los cometas atraviesan el cielo azul, amarillo y rosa.

Gachi Hasper

Buenos Aires

Junio 2024