Agustina Nuñez: Ondulaciones hacia un infinito / by Aldo de Sousa

Aldo de Sousa galería
del 27 de abril al 23 de junio de 2022
Buenos Aires, Argentina
Curaduría y texto: Laura Isola

Ondulaciones hacia un infinito

Siempre cara me ha sido esta colina yerma
y estas matas que a la mirada esconden
tanto lugar del horizonte último.
Pero sentado aquí mirando yo imagino
más allá interminables extensiones,
silencios sobrehumanos y una calma
tan profunda que el corazón por poco
se me estremece. Y cuando llega a mí el susurro del viento entre las plantas, yo comparo aquella voz a los silencios infinitos;
me viene entonces el recuerdo de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva y su sonido. Y así en esta
inmensidad se anega el pensamiento:
y en este mar me es dulce la zozobra.

Giacomo Leopardi, “El infinito”


“No desconcierta ni perturba, más bien se comprende, que entre un recitado otro haya un cuarteto de jazz que toca a Ellington o a Monk: el lenguaje de Leopardi es de una grandeza austera que se consiente uno que otro chiste, pero no la solemnidad. No es sólido ni monumental; es grave y fluido”, escribe Marcelo Cohen en el prólogo a Cantos de Giacomo Leopardi. Cohen tradujo ese conjunto de poemas del que es considerado el más grande poeta romántico italiano, ya que lleva a la reflexión filosófica y teórica los postulados de ese movimiento literario en Italia en el siglo XIX.

En “L´infinito”, que pertenece a los pequeños idilios y fue compuesto en 1831, Leopardi teoriza sobre los dos términos que vienen asociados en esa expresión y que son el concepto central del universo romántico: lo infinito conlleva lo finito y en ese vaivén fluctúan y se bambolean las partes que refieren tanto al espacio como al tiempo. A la figuración del paisaje en tanto distancia inabarcable o algo numeroso y enorme, en algunas de sus acepciones de uso común; en el rigor de los números en la matemática. En la metafísica, el infinito es un concepto que no admite ningún tipo de delimitación, ya que cualquier esfuerzo por contener o definir es, en sí mismo, una negación.

En las obras de Agustina Nuñez, adivino y arriesgo un ensayo sobre este mismo tema de lo eterno e indeterminado. En lo formal, la repetición de las figuras: ondas, líneas vibrantes, rizos, vuelta y encastres. Un conjunto que se reitera para diferenciarse y mimetizarse, de nuevo, para bisar, reincidir, rehacer y germinar. Un proceso que se itera, de obra en obra, en diferentes soportes, materiales y producciones. Una suma de procedimientos que replica la acumulación, somera y medida, para dar cuenta de una busca que no se detiene.

“De una grandeza austera” es la frase que retomo del escrito de Cohen sobre Leopardi para volver a frasear en el caso de Nuñez. Ese juego de palabras que aparece en “grave y fluido”, de nuevo, es la manera que encuentra el escritor argentino para hacer chocar conceptos y describir la extraordinaria simpleza y profundidad del poeta.

De una abstracción sensible, de vitalidad y de ausencia, con el chiste bajo control, firme sin ser majestuoso, está hecho el pensamiento creativo de Agustina. Seguirle la onda y recorrer con la mirada los paisajes mentales, silenciosos, temperados y sensuales; contemplar las ondulaciones que se pierden en el infinito, de lo que es o parece ser ilimitado, de ese último horizonte que siempre es el penúltimo hasta que “cuando llega a mí el susurro/del viento entre las plantas, yo comparo/aquella voz a los silencios infinitos;/me viene entonces el recuerdo de lo eterno/ y de las estaciones muertas, y de la presente/y viva y su sonido. Y así en esta/inmensidad se anega el pensamiento:/y en este mar me es dulce la zozobra”, en los versos finales del poeta.

Tampoco molesta ni aturde, más bien se recomienda, entre obra y obra de Agustina, escuchar algo de Monk; a él mismo tocando el piano porque era, como lo han definido, sobrio, abstracto, obstinado, ingenioso, anguloso y lírico.