Benjamín Ossa: Donde están puestos nuestros ojos by Aldo de Sousa

Aldo de Sousa galería
del 28 de octubre al 3 de diciembre de 2021
Buenos Aires, Argentina
Curaduría: Matías Allende Contador

 
Habría que partir señalando que desde el puerto de Buenos Aires no se ve la Cordillera de los Andes. Esto no es una provocación ni mucho menos, al contrario, es sólo constatar un hecho. El hecho de esa presencia pregnante, que evidentemente repercute en los procedimientos de obra y en aquello que inspira como referente ineludible en la cotidianidad de cualquier creador. Esa cordillera permea la producción actual desde la construcción de nuestra realidad republicana, conteniendo un momento clave en la recepción de cierta abstracción vinculada a dos tradiciones: la prehispánica y la europea, confluyendo en aquello que Víctor Raúl Haya de la Torre llamaría “espacio-tiempo histórico” latinoamericano, particularmente las décadas de 1930 y 1940 del siglo pasado.

A lo que voy, es a distinguir singularidades en los relatos de dicho proceso sobre historia de la abstracción de un lado de la cordillera y del otro. Mientras en Buenos Aires, la invención de cuño concreto (vertiente de la abstracción como línea principal) se recibía, asimilaba y expandía como creación heroica, en el valle de Santiago se desplegaban otros problemas que configuraron, desde mediados del siglo XX, las camarillas con que se ha leído la historia del arte en Chile, un dilema resumido en: si recibir a brazos abiertos la abstracción internacional como tendencia, o la figuración en su propuesta contenidista y edificante (según un proyecto político más o menos democrático) pero, sobre todo, socialmente comprometido. Con los grupos artísticos chilenos “Rectángulo” primero, y “Forma y espacio”, después, hubo una confluencia del discurso político izquierdista y los procedimientos de arte abstracto, particularmente en sus referencias textuales y hasta iconográficas con ese pasado prehispánico; lo cierto es que se tendió ideológicamente a anularlo, preponderando una figuración que conllevaba, supuestamente, cierto cariz crítico. Ese relato hizo tradicional el arte abstracto y, por lo tanto, conservador, mientras las obras que preponderaban el cuerpo, incluso llenándolo de signos, criptogramas y códigos, terminó por ser hegemónico[1].

Todo esto para decir que la exposición DONDE ESTÁN PUESTOS NUESTROS OJOS está pensada para develarse por vez primera en Buenos Aires, relacionando intelectualmente a partir de la obra de Benjamín Ossa, dos historias del arte abstracto que se desarrollaron de maneras diametralmente diferentes; una desprejuiciada y bullente, propia de la condición portuaria de esta ciudad y la otra polémica –o, mejor dicho, polemizada– además de estar sometida a un referente natural apabullante[2].

 Ahora bien, ambas tradiciones del arte abstracto apelan discursivamente a la geometría, la luz y el color; en síntesis, a la percepción de los fenómenos naturales, algo que sucesivamente se ha engarzado con la producción de Ossa. Concuerdo con dicha vinculación, sin embargo, hay una serie de consideraciones personales de un contexto específico, que operan aquí. Un universo de personas que responden a la intimidad del artista, no sólo por las condiciones recientes que han provocado que convivamos con nuestros círculos más estrechos, sino también por cómo se han ido configurando estas obras. 

Un regalo que le hizo su amigo y editor Jorge Losse, hace más de diez años atrás, fue la primera diapositiva con la que Ossa trabajó. Esa diapositiva minox estuvo en latencia, soportando los años hasta que, durante el cambio de escala que estamos viviendo, la reducción de nuestros espacios laborales y sociales, provocó que reapareciera ahora en un nuevo contexto, capaz de extenderse y viajar. De alguna manera las diapositivas fueron los primeros archivos de imágenes transportables, que en su contención almacenan materialidades gruesas de información y definición, alcanzando la categoría de imagen ruidosa o primitiva. El padre de Jorge, al saber que había comenzado a experimentar con este objeto y sus posibilidades, le regaló el proyector Minox 3001 alemán. Los filtros o colores utilizados también tienen su historia: las gelatinas francesas Cokinpertenecientes a su padre fueron el material con el cual compuso estas “microformas de color”, permeando el resto de las piezas, empapadas de colores atomizados e imágenes de meses que se fueron traslapando hasta configurar lo que hoy observamos. 

Esta es una exposición donde están presentes otras personas y su relación con el artista, algo que quiero explicitar en este ejercicio escritural, pero que también se relaciona con la producción previa de Benjamín, como Murmullos de amor que construyó con y desde el entorno de un paso bajo nivel en la ciudad de Santiago y el nombre de la obra fue dado por los mismos vecinos del barrio; o, su más reciente exposición en la capital chilena Letras, frutas y flores, la que fue un homenaje a su familia. Sin embargo, esas mismas ideas ahora cambian de escala: sin domicilio fijo, son paisajes de ciudades del sur global que hacen dialogar justamente las capitales más australes del mundo, las cuales pueden guardar la definición de los colores en sus láminas o pueden proyectar y volverse planos imperceptibles en la apertura total del lente y con la mayor distancia posible.  

Los paisajes en ALLÍ (10 DIAPOS) proyectados por Ossa tienen la singularidad de ser vistas distintas dependiendo de la luz, el entorno y los cuerpos de quienes comparecen ante la obra; nunca es la misma tras el cliqueo del cambio de la imagen. Así estamos, en términos plásticos, ante una obra interminable y sutilmente distinta en su escala de color que vibra en la luz. Por otro lado, en la obra AQUÍ (36 DIAPOS), la que contiene una serie de diapositivas pequeñas, organizadas en una superficie lumínica que estalla y que, como un objeto totémico pero plegado y contenido, juega con la escala y nos llama a zambullirnos en los colores, reservándose para sí la posibilidad de darnos la proyección de una imagen lumínica. 

El color es fundamental en esta exposición, como en las experiencias estéticas visuales en general. El destacado historiador del arte francés Daniel Arasse escribía a propósito de uno de sus pintores favoritos, Matisse, y acerca de eso que nos conmociona al estar ante una obra de arte (de lo primario de ese estremecimiento), el color: “Es, por tanto, el primer tipo de emoción que puede procurar la pintura, una sorpresa que, en lo que me concierne, es un choque visual colorista. Es el color que me toca y me llama”[3]. Así antes que la forma, esta ha sido la técnica seductiva que han accionado los creadores para llamar la atención de quienes miran estos objetos llenos de misterio, ante cualquier explicación o discurso; no está de más precisar que la formación disciplinar de Ossa es, justamente, la pintura.

Benjamín Ossa, por lo tanto, nos entrega desde la imagen en AQUÍ (36 DIAPOS), como en la proyección de color de ALLÍ (10 DIAPOS), paisajes que pueden referir a entornos naturales o urbanos, pero casi siempre con la cordillera como telón de fondo. Un accidente geográfico monumental, y tan contundente en su presencia que corta los rayos del sol y hace retrasar el amanecer. Ahondando en las piezas, estamos ante procesos visuales y reflexivos de larga trayectoria, tanto en este autor como en la literatura artística regional que debe repensar sus vínculos con los entornos naturales. Así los planos anaranjados o amarrillos, en sus relaciones geométricas con otros colores, nos recuerdan tanto alboradas como crepúsculos, pero desde una escala dual con tonos encendidos, cálidos, suaves o aterciopelados, como una película de espías sesentera o un pañuelo de Saint Laurent.

Volviendo a la cordillera, sabemos que su forma es accidentada de hecho, pero triangular representacionalmente (escalar). Esta es una premisa para la obra AHÍ, una suerte de cuerpo extendido de la exposición, una bienvenida y despedida a que los espectadores se relacionen y crucen de cabo a rabo el espacio de la galería y que, al mismo tiempo, devela el significado perceptivo del color y de la forma, que en América Latina tiene a sus más notables exponentes en el cinetismo venezolano y argentino (Soto, Diez y Le Parc, sobre todo en su período más temprano). Una obra que, como buena deudora de esta tradición latinoamericana, interpela al espectador para que se mueva, circule, contemple, no desde una situación pasiva, sino al contrario, reflexiva. Entendiendo que el compromiso tiene consecuencias. 

Tanto los cordones cordilleranos laterales que vemos en los muros, como los paisajes de color y luz que se proyectan o emergen desde la base, son sin dudas experiencias perceptuales propias de la tradición formalista y abstracta del arte moderno. Sin embargo, apelan a una experiencia individual en una colectividad que, hoy más que nunca, debe resarcirse. Apelar a esa subjetividad del espectador es necesariamente pensar en una actualidad que nos ha unido radicalmente con las y los otros, algo que está en la obra de Ossa, algo que no sólo aparece en lo que se puede recorrer en la sala de exhibición, sino también al pensar en sus vínculos, que como alegorías de otro tiempo comparecen como cuerpos solidificados listos para seguir el viaje.

Tanto las obras de Benjamín Ossa como este mismo texto que las acompaña, son un llamado a reflexionar sobre las experiencias que atraviesan a la humanidad en general –en nuestro contexto cotidiano y también en la realidad internacional– y, por lo tanto, llenar de humanismo una materialidad habitual vibrante, enérgica, finalmente viva y expresándose. 

Matías Allende Contador


[1] Pero tal reducción es como la reducción que vemos en la recepción de la antigüedad clásica, no porque quienes trabajan cultura antigua actualmente sean retardatarios y los que están en la vereda de enfrente (contemporánea) progresistas, vamos a decir que la antigüedad clásica era retardataria y viceversa.

[2] El horizonte que se traza en el Río de la Plata bien podría pensarse como una presencia natural tanto o más imponente, pero lo cierto es que –y eso algo sabido por los porteños– la ciudad de Buenos Aires creció dándole la espalda al Río y por lo tanto su relación es menos intensa. 

[3] “C’est donc le premier type d’émotion que peut procurer la peinture, une surprise que, en ce qui me concerne, est un choc visuel coloriste. C’est le coloris qui me touche et qui m’appelle” (traducción propia). En: Arasse, Daniel. Histoires de peintures. París, Gallimard, 2004, p:24.  

Jorge Lezama: Sentimiento dominando estructuras by Aldo de Sousa

Aldo de Sousa galeria
Del 14 de septiembre al 22 de octubre de 2021
Buenos Aires, Argentina

En 1958 el artista y profesor Jorge Lezama realizó un dibujo de líneas negras con diagonales en fuga y una curva libre y rebelde que lo atraviesa de punta a punta. Con él anunciaba su alejamiento del lenguaje ortodoxo, al que bautizó “Sentimiento dominando estructuras”.
Su carrera artística comenzó en 1938 con una primera etapa de sugestivas piezas gráficas vinculadas al universo formal cubista en las que se podían localizar algunos vestigios figurativos. Luego, de manera definitiva, se volcaría a la abstracción geométrica en los años ‘50, participando entre otras iniciativas, de la Asociación Arte Nuevo fundada por el poeta, crítico y ensayista Aldo Pellegrini. 
Sin embargo, apenas tiempo más tarde, Lezama escribiría “Hace ya varios meses que abandoné lo geométrico. Ya no lo siento. Se impone en mí otra vez el sentimiento textural / Me propongo agotar la infinidad de variables dentro de esta conducta.” 
Esa sensación contradictoria entre organizaciones rectas ascéticas, extremadamente depuradas y una sensibilidad materializada en formas orgánicas ilimitadas de tramas diáfanas y títulos musicales aparecería intermitentemente a lo largo de toda su producción, dicho imaginario es repuesto en la primera exhibición individual del autor en la galería Aldo de Sousa.

En el marco de la exposición se podrá adquirir el libro “Diario no íntimo o casi” de AdS editores que repasa la profusa labor de Jorge Lezama. Incluye la reproducción de sus principales obras, registro de proyectos, escritos y un ensayo titulado "Ciencia romance" de Sofía Dourron. Se trata del tercer título de nuestro sello editorial. 

La muestra se podrá visitar de lunes a viernes de 12 a 19 horas en nuestra sala de Arroyo 858, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Rosa Barranquilla by Aldo de Sousa

Aldo de Sousa galeria
Del 19 de julio al 31 de agosto de 2021
Buenos Aires, Argentina

La galería Aldo de Sousa presenta por primera vez en Buenos Aires una selección de obras de los años ochenta de la fotógrafa colombiana Rosa Navarro.
La obra de Rosa Navarro es una exploración identitaria en torno a su nombre y la feminidad, enfocado en las posibilidades semánticas y simbólicas del rosa. Sus indagaciones se exteriorizan en sugerentes autorretratos, en los que utiliza su propio cuerpo como herramienta para la exploración y los juegos del lenguaje.
Estas fotografías fueron realizadas en Barranquilla, una ciudad húmeda, de patios con enredaderas florecidas y alcobas; ciudad que tuvo un despertar intelectual y artístico en los años cincuenta, cuando se reunía en el restaurante La Cueva el mítico grupo de Barranquilla, conformado por los escritores Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y el pintor Alejandro Obregón, entre otros. A finales de los años setenta, Barranquilla fue una ciudad fundamental para la emergencia del arte conceptual del país, con artistas como Álvaro Barrios, el colectivo El Sindicato, Álvaro Herazo y Antonio Inginio Caro, maestros de una generación de artistas que experimentó con la fotografía y su cuerpo, entre los que destacan Alfonso Suárez y Rosa Navarro, una de las pocas mujeres que participaron en el circuito de arte conceptual en el Caribe. Aunque su actividad artística fue breve, participó de exposiciones en prestigiosas instituciones de su país. Recientemente, formó parte de la exposición Mujeres Radicales la cual ha sido fundamental para comprender el desarrollo de las artistas latinoamericanas en la segunda mitad del siglo XX.
Esta exposición en Aldo de Sousa es fruto de la colaboración con su par Espacio El Dorado, galería de arte contemporáneo de Bogotá, que desde el 2019 se ocupa de difundir y revalorizar la obra de Rosa Navarro. Se puede visitar de lunes a viernes de 12 a 19 hs. en nuestra sala de Arroyo 858, Buenos Aires.  

Caligramas de Rosa
por Sylvia Suárez

“A pesar de las apariencias, el caligrama no dice, en forma de pájaro, de flor o de lluvia: «esto es una paloma, una flor, un aguacero que cae»; desde el momento que se pone a decirlo, desde el momento en que las palabras se ponen a hablar y a conferir un sentido, ocurre que el pájaro ya ha echado a volar y la lluvia se ha secado.”
Michel Foucault

Para Rosa Navarro, hay al menos dos comienzos de la historia de su obra: el primero viene con el hallazgo de unos galones de pintura rosa, abandonados en la Escuela de Bellas Artes de Barranquilla; Rosa no puede evitar meter sus manos en el tarro y sacarlas pintadas de R-rosa.
En el segundo, siendo una niña aún, Rosa está jugando a dibujar con un palo sobre la tierra mojada por la lluvia, en el patio trasero de su casa, en Santo Tomás. En el patio hay un palo de mango, una palma, un níspero. La voz de la naturaleza en Santo Tomás es fuerte, incluso hoy el municipio apenas es atravesado por la fuerza urbanizadora.
A pesar de ser anecdóticos, estos dos puntos de partida contienen elementos esenciales de la práctica artística de Navarro: primero, su atracción por la transmigración de los referentes, incluso, o sobre todo, la suspensión de ella misma como referente último de su nombre; y segundo, su regocijo frente al carácter fugaz de los juegos del lenguaje. Dos principios poéticos que dotan su obra de un carácter performativo inexpugnable, que cobija todas sus series bajo un solo y gran juego de transfiguración. No en vano la declaración que encierra toda su obra es: “La naturaleza habla: habla la rosa”.
La palabra caligrama viene del griego kállos (belleza) y grammé (trazo, contorno) = figura bella. Un caligrama es el texto/imagen donde la disposición caligráfica itera el contenido del texto, y viceversa. Para Foucault, en su famoso ensayo sobre la obra de Magritte, Esto no es una pipa, el caligrama no reafirma el significado de la imagen en el texto; al contrario, “en el momento en que debería dar el nombre, lo da, pero negando que sea aquél”; en este sentido Foulcault pregunta “¿de dónde proviene ese juego extraño, si no del caligrama? Del caligrama que dice dos veces las mismas cosas (allí donde sin duda bastaría una sola); del caligrama que hace deslizar uno sobre otro lo que muestra y lo que dice para que se enmascaren recíprocamente.”
La obra de Rosa Navarro coincide en muchos sentidos con este juego de enmascaramientos recíprocos, ya no sólo de las imágenes y los textos, sino también del habla, de los gestos y del cuerpo como enjambre de signos. Una mirada transversal a su obra, deja ver que su presencia así, como un palimpsesto sobre el que el sentido aparece siempre en el acto de fugarse, es el hilo conductor.
Hay incluso un punto de origen más en la narrativa de Navarro sobre su formación como artista: ver a su mamá en sus labores de costura y decoración, y en especial, aprender con ella a hacer flores de crespón para una tarea del colegio. Rosa también recuerda su fascinación infantil al escribir su nombre con las tizas rosadas que su mamá usaba para el patronaje cuando confeccionaba ropa, lo cual implica un vínculo profundo de su poética con el recuerdo de Rosa, que es también el nombre de su mamá. Ella también hace parte importante del enjambre hermenéutico que Navarro moviliza alrededor de su nombre.
Para Carmen María Jaramillo, Navarro, al contrario de otros artistas conceptuales “no estaba interesada en relaciones puramente tautológicas entre las palabras y las cosas. En lugar de eso, su interés estaba en las relaciones ambiguas, que eluden y abordan el mismo concepto de formas diferentes (...) Diferente del abordaje más directo de Kosuth, Navarro consideró la palabra rosa en niveles múltiples y complejos y buscó varias evocaciones”. Puesto que ocurre dentro del campo psicológico que se abre en torno a la identificación con el nombre propio, su obra no se constriñe a la especulación sobre las posibilidades y límites del lenguaje, como en el caso del conceptualismo tautológico, sino que atraviesa este marco especulativo para fragmentar y multiplicar las configuraciones de su propia subjetividad.

Diego De Aduriz: Mi cuerpo eléctrico by Aldo de Sousa

Aldo de Sousa
Del 4 de marzo al 6 de abril de 2021

La clásica concepción del organismo humano propone al cuerpo como una estructura física compuesta por aparatos y sistemas de distinta complejidad ya sea el circulatorio, esquelético, inmunológico, etc. A partir de la lectura deciertos autores, Diego de Aduriz descubre el cuerpo eléctrico, aquel sistema capaz de canalizar lo artístico o lo poético y cuyo análisis se materializa en sus obras recientes. También se ocuparon del cuerpo eléctrico Lana del Rey, Sisters of Mercy en los años ’80, y Walt Whitman:

Yo canto al cuerpo eléctrico,
Me abrazan los ejércitos de quienes amo y yo los abrazo,
no han de soltarme hasta que yo vaya con ellos, hasta que les responda,
hasta que yo los purifique y los colme con la carga de mi alma.

Es recurrente encontrar en la obra de Diego de Aduriz infinitas referencias. En este caso, se abocó además, al “centro de gravedad permanente” teoría abordada por Gurdjieff y Ouspensky en el Cuarto Camino para hacer referencia a la sumatoria de los yoes capaces de realizar un trabajo, dedespertar o recibir información e influencias de un orden superior provenientes del llamado círculo esotérico de la humanidad. En sintonía, de Aduriz reconoce que vuelve al dibujo una y otra vez como conjuro, como receptor o canal expulsor, como una radio. Esa radio funciona como eje en una exposición infinita, de 360º que se podrá visitar en la galería Aldo de Sousa hasta fines de marzo.